Pero no pasó nada. El bárbaro no sintió ninguna resistencia cuando su alabarda completó el movimiento en un arco descendente. Lo único que había golpeado era el aire.
“¿Gruuh…?” – el bárbaro lo miró con curiosidad. No le había cortado ni un solo cabello.
Un destello de plata provenía de la pared situada detrás de Pram. Era algo afilado, con la forma de una media luna. El bárbaro bajó su cuello hacia el arma que sostenía con sus manos, pero ya no era una alabarda. La hoja había desaparecido y solo le quedaba la asta de madera.
“¿Lo hacemos de nuevo?” – dijo Pram levantando su estoque.
El bárbaro tiró a un lado el mango de madera y se acercó para realizar un golpe con su puño. En un instante, sus nudillos estaban lo suficientemente cerca para tapar completamente la cabeza de Pram, pero este se movió hacia un lado, dejando que el golpe que avanzaba a toda velocidad pasara a su lado. Dando un salto mientras realizaba una voltereta, aterrizó tras el desconcertado gigante y lo golpeó con su estoque. El gigante se giró y levantó su brazo para bloquear el golpe con su guantelete, pero el estoque de Pram dibujó un arco perfecto alrededor de su guardia, y se clavó en la boca del estómago.
El ahora desafortunado gigante intentó retirarse, pero Pram era más rápido. El estoque se volvió a clavar en su plexo solar. Por duro que fuera su cuerpo, era un golpe decisivo en un punto débil. El cuerpo del gigante temblaba, sus piernas se doblaron, y se derrumbó como una pila de escombros.
“Parece que se acabó.” – dijo Desir asintiendo en silencio, como si confirmara algo que ya sabía.
“Tonterías.” – gritó Ujukun. – “Esa puerta está hecha de acero Kichlean. Solo hay una persona que puede abrirla, y estoy seguro que no está en condiciones de hacerlo.”
El acero Kichlean era famoso por poseer una inflexible resistencia a la perforación. También era pesada. Una puerta de este tamaño probablemente requeriría el esfuerzo de media docena de hombres para moverla.
“Lo que significa que estáis atrapados hasta que lleguen mis guardias.” – dijo Ujukun riéndose.
“Oh, no sabía sobre eso.” – el estoque de Blanchume recorrió el aire, eliminando las bisagras de la puerta. La puerta cayó con un estruendoso choque. Aparentemente, ni siquiera el acero Kichlean era rival para el Blanchume. Cuando ambos se fueron, Desir se volteó para mirar al aturdido Ujukun.
“Parece que se acabó definitivamente, ¿no?”
* * *
Solo habían pasado unos pocos minutos, pero Desir ya estaba sin aliento.
“Muy bien, creo que los hemos perdido. Realmente necesito hacer más ejercicio. No puedo creer que sea tan débil…” – murmuró Desir medio respirando forzosamente. Aunque su falta de aliento había apagado un poco su alegre voz.
“Menos mal que recuperamos la espada, ¿verdad?”
Mientras asentía con la cabeza, Pram movió su mano hacia el estoque en su cintura sin darse cuenta. El pálido estoque brillaba como la luz de las estrellas, o incluso como la luz de la luna. Sacó su espada y no pudo evitar darse cuenta de que no podía sentir el más mínimo peso. Era una sensación realmente increíble.
“¿Así que has decidido usar el estoque?” – dijo Desir recordando cómo Pram había luchado con el estoque hacía unos minutos antes.
Había utilizado el arma y sometido al gigante bárbaro con sus habilidades abrumadoras. El hecho de que Pram hubiera vuelto a tomar su estoque era especialmente significativo para Desir.
“La situación era demasiado urgente, así que no tuve opción, pero…” – Pram aún seguía dudando. Eventualmente, suspiró. – “¿Por qué mi padre escondería algo así en este viejo y oxidado Kemubin?”
Esa era la causa de todo este ridículo incidente. Si hubiera hecho obvio desde el principio que era un Kemubin, Pram nunca habría tenido ninguna razón para tener resentimientos por su padre.
“Tu padre tomó una sabia elección, Pram.”
Pram levantó su cabeza ante las palabras de Desir.
“Una espada Blanchume es algo increíble. Imagina si se corriera la voz de que eres su dueño. Cientos de personas como Ujukun habrían venido para acosarte.” – explicó Desir.
“Pero todavía había una posibilidad de que nunca me hubiera dado cuenta.” – dijo Pram.
“La dejó porque pensó que llegado el día te darías cuenta.” – dijo Desir con seguridad. El padre de Pram siempre creyó que se daría cuenta, siempre y cuando continuara llevando su estoque.
“¿Cómo puedes estar tan seguro?” – preguntó Pram.
Desir tomó el estoque, y apuntó a la empuñadura. Pram lo miró. En el Kemubin, que tenía la forma de una vieja y oxidada espada, estaban escritas unas palabras ilegibles. La razón por la que eran ilegibles era porque estaban incompletas. Cuando el Blanchume fue revelado y el estoque mostró su verdadera forma, las palabras de la empuñadura tomaron forma. Parecía que había un mecanismo oculto tanto en la empuñadura como en la hoja.
Pram leyó lentamente las palabras.
No pierdas el camino, mi pequeño pajarito.
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* * *
El restaurante privado de la clase Alfa estaba en un piso alto, con vistas a la Academia Hebrion. Una fría brisa entraba por la ventana abierta. Una vista nocturna incolora yacía en el exterior. Las estrellas brillaban solemnemente en la profunda oscuridad. Romántica se estremeció por el frío.
“Aquí está su pedido, señorita.” – dijo un camarero.
Las luces brillaban de un color amarillo y los camareros se movían como pájaros entre las mesas saliendo y entrando de su nido. El menú estaba compuesto por productos del mar, un pescado a la brasa con sal y un cangrejo gratinado, platos que fueron dejados frente a Romántica; ella le dio las gracias al camarero con una sonrisa.
“Las comidas de la clase Alfa son mucho mejores, ¿verdad?” – dijo Doneta Hadun, sentado frente a ella.
Ella no había notado que él había llegado. Supuso que había llegado mientras miraba por la ventana. No había nada extraño de que él estuviera allí. De hecho, lo que era extraño era que ella estuviera ahí. Sin el hombre que estaba sentado frente a ella, nunca habría podido poner un pie en este lugar.
“Por fin. He querido verte todo este tiempo.” – dijo Doneta afectuosamente.
“Ya veo.” – respondió Romántica secamente. Romántica esperó hasta que trajeran la comida de Doneta. Un momento después, la comida de Doneta fue colocada frente a él, y ambos levantaron sus tenedores.
El pescado a la brasa tenía buen sabor, y el gratinado era ligeramente grasiento, pero su sabor era exquisito. Ambos se quedaron callados, saboreando la comida.
“¿De qué querías hablar?” – preguntó Doneta.
No había razón para dudar. Romántica colocó la daga de madera sobre la mesa. Estaba decorada con todo tipo de adornos.
“Vine a devolverte esto.” – explicó Romántica.
Doneta levantó sus lentes y miró el Kemubin como si fuera la primera vez que lo veía. Romántica empujó el Kemubin hacia él. Doneta no reaccionó en ningún momento. Sin rabia, sin molestia. Simplemente recobró el aliento y se preguntó por qué había sido rechazado. Solo un noble de tercera mostraría sus emociones en la cara.
“Pensaba que no habría ninguna razón para que te negaras…”
“Pensaste.” – Romántica miró a Doneta con sus ojos verdes tocados por el viento.
“Si te sientes incómoda por salir conmigo, no tienes que preocuparte por eso.” – el corazón de Doneta se aceleró al sentir su mirada.
“Dudé al principio por esa razón. Pero no es por eso.” – dijo Romántica.
“¿Quieres decir que hay otra razón?” – preguntó Doneta.
“Me uní a un grupo sin nombre de la clase Beta.” – dijo asintiendo Romántica.
“Clase Beta…” – Doneta la miro incrédulo. Murmuró para sí mismo, como si no pudiera entender lo que acababa de escuchar. – “Has dicho clase Beta…”
“Sí. Un grupo de plebeyos. Los que la gente como tú considera basura.” – dijo Romántica.
Doneta golpeó su tenedor contra la mesa. Todo se había enfriado. El aire que entraba por la ventana, la sopa en la mesa, la atmósfera entre ellos.
“No lo entiendo. ¿Te chantajearon?”
“Tal vez…” – dijo Romántica agitando su cabeza. – “No, esta es mi decisión.”
“Entonces no estás pensando racionalmente.” – dijo Doneta. Abrió el Kemubin. Un collar de oro se deslizó por la palma de Doneta como una serpiente.
“No me arrepiento de nada.” – dijo Romántica mirando a Doneta con un vigor renovado.
“No te precipites. Todavía tienes tiempo.” – dijo sonriendo Doneta.
“No voy a retractarme de mi decisión.” – dijo Romántica antes de respirar hondo. Los labios de Doneta estaban ligeramente levantados, pero no sonreía. Romántica hizo lo mismo. – “Honestamente creo que tomé la decisión correcta. Al principio no quería unirme a ese grupo, pero cambie de opinión con el paso del tiempo. Este grupo es divertido. El líder nos entrena diligentemente. Mis habilidades están mejorando rápidamente gracias a él.” – con cada palabra, Romántica estaba más segura de que había tomado la decisión correcta.
“Si es sobre mejorar tus habilidades, en nuestro grupo también puedes hacerlo.” – refutó Doneta.
“Por supuesto, esa es solo una de las razones. Doneta, ¿recuerdas lo que me dijiste de que los de la clase Beta eran todos plebeyos sin valor, y nada más que basura?” – preguntó Romántica.
“No veo por qué sacas eso a colación.” – la interrumpió Doneta.
“La razón…” – explicó Romántica. Respiró profundamente llenando sus pulmones. Mirándolo fijamente con sus brillantes ojos rojos de serpiente. Exhalando, dijo las palabras que sellaron su destino. – “Es que soy una plebeya.”
Doneta estrelló su tenedor contra la mesa. Un fuerte estruendo golpeó los tímpanos de Doneta. Toda la preocupación y el afecto desaparecieron de su cara. Una leve mirada de desprecio se podía ver en su cara. Romántica no podía encontrar ni el más mínimo afecto en sus ojos.
“Hm.” – soltó una ligera tos. En una fracción de segundo recuperó su cara de póker después de darse cuenta de su error, pero ya era demasiado tarde. Sus sentimientos hacia los plebeyos estaban cerca de la repulsión física, y no pudo contenerlos inmediatamente. Así como alguien que no necesitaba una razón para odiar a las cucarachas, él tampoco necesitaba una razón para odiar a los plebeyos. Una expresión de pánico apareció en su rostro, parecía desesperado.
“Eso es mentira.”
“¿Cuál es tu razón para pensar eso?” – preguntó Romántica.
“Si fueras una plebeya de verdad, habrías mantenido la boca cerrada y te habrías unido a mi grupo. Esa sería la única forma en que un plebeyo como tú habría podido entrar a la clase Alfa.” – explicó Doneta.
“Así es…” – admitió Romántica. – “Pero cuando descubrieron que era una plebeya, al menos no me miraron como tú.”
Doneta tenía razón. Si ella se hubiera unido al grupo de la Luna Azul, le habría sido fácil entrar a la clase Alfa. En contraste, Desir la invitó a su grupo, aunque sabía que era una plebeya. No hubo discriminación. No tenía que mentir, ni temer que la descubrieran por ser una plebeya.
“Ya veo.” – dijo Doneta abriendo su boca. – “Por supuesto. Todos son la misma basura, después de todo.” – su tono amargo reflejaba su comportamiento.
“Basura… Tienes razón en eso.” – dijo Romántica. Su voz tenía la misma amargura que la voz de Doneta mientras ella le respondía, su voz se llenó de remordimientos. – “Los nobles siempre odiarán a los plebeyos. Los odian y desprecian como si fueran sus enemigos biológicos. Sé muy bien por qué los nobles no soportan a los plebeyos.”
“Es la misma razón por la que la Academia Hebrion es una aristocracia en lugar de una meritocracia, la misma razón por la que las clases Alfa y Beta no están divididas por rango, sino por estatus. La razón es porque los nobles temen el nacimiento de una nueva República.”
“Cuida tu boca…” – susurró Doneta inmediatamente. Sus ojos se movieron de lado a lado y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie les prestara atención.
Romántica lo ignoró y puso el último clavo en el ataúd.
“Los tiempos han cambiado. El Mundo de las Sombras ha derribado el equilibrio. Cualquiera lo suficientemente fuerte puede adquirir cristales mágicos. Todos vosotros vivís en un castillo de arena que se está desmoronando.” – continuó. – “Vives en constante temor, sin saber que todo se derrumbará.” – terminó Romántica con su voz ahora revigorizada.