Volumen 2 Capítulo 45
Dos problemas IV
Traducido por Tars
Corregido por Zura
Editado por Tars
Corregido por Zura
Editado por Tars
Tres flechas se dispararon a través de la nieve, cada una con un ángulo diferente. Mientras silbaban con el viento, cada flecha dio en su objetivo y atravesaba las gargantas de los soldados que custodiaban los almacenes de alimentos.
Los guardias habían muerto de forma instantánea y no tuvieron la oportunidad de dar la alarma.
Garra Sangrienta se deslizó por la nieve escarlata sin echarles ni una mirada e hizo una señal para que su ejército de bárbaros saliera de sus escondites.
Cuando estuvo ante el almacén un destello cruzó sus ojos: sólo un grupo de candados los separaba de su objetivo.
Uno de los bárbaros, con un yelmo adornado con cuernos, se lanzó hacia la puerta y, tras una sola carga, la madera comenzó a astillarse por los bordes. Al tercer intento, las bisagras de la puerta se rompieron.
Su objetivo estaba a su alcance.
El interior del almacén de alimentos estaba oscuro y el hedor de la suciedad causada por la humedad flotaba en el aire.
Una vez encendida una antorcha, la oscuridad se desvaneció y lo que estaban buscando apareció a menos de 3 metros de distancia. Se podía ver una caja llena hasta el borde con comida. Al momento, decenas de personas se dispersaron por todo el almacén.
Los bárbaros aplaudieron de alegría. A pesar de que eran fríos guerreros veteranos, una vez vieron la comida, se convirtieron en nada más que guerreros hambrientos.
“Con esto, ¡podemos alimentar a la tribu durante el resto del invierno!”
Los ingobernables bárbaros esperaban ansiosos las ordenes de Garra Sangrienta, mientras salivaban tras ver la comida.
“Tomad todo lo que podáis, quemad el resto.”
Abriendo las cajas, sus ojos se iluminaron y, una vez confirmado su contenido, siguieron las ordenes de Garra Sangrienta. A medida que iban trabajando, descubrieron que había tres pisos llenos de alimentos en el almacén y comenzaron a llevarse la mayor cantidad posible de cajas.
Una vez que sus hombres estaban cargados con las cajas, le entregó la antorcha a uno de sus subordinados. No podían cargar con todas las raciones, por lo que cualquier cosa que dejaran atrás solo ayudaría a su enemigo. Tenían que quemarlo todo.
Garra Sangrienta empapó de aceite con cuidado las cajas restantes, pero, cuando estaba a punto de dejar caer la antorcha y prender todo el almacén, entrecerró los ojos.
Había una sustancia saliendo de uno de los cofres. Acercándose para verlo mejor, se dio cuenta de que era arena.
En ese instante se dio cuenta de que el hedor a suciedad del almacén era sospechoso.
‘No… No puede ser…’
Con una mano temblorosa, Garra Sangrienta sacó una daga de su cinturón y cortó las bolsas que tenía delante. Cuando se desgarró el cuero, la arena se derramó a través de sus dedos.
La actitud del líder bárbaro se agrió rápidamente y su rostro palideció. Apenas fue capaz de hablar con sus hombres.
“Las cajas… Abran las cajas y verifiquen su contenido.”
Los bárbaros prestaron atención a sus palabras y abrieron las bolsas de cuero, solo para encontrarse con la misma escena que conmociono a Garra Sangrienta.
“¡Es arena!”
“¿Estos bastardos comen arena?”
“¡De ninguna manera!”
Mientras la frustración recorría las filas de los bárbaros, Garra Sangrienta confirmó que todas las cajas contenían sacos de arena. Aparte de los que había en la parte superior.
El enemigo había visto a través de sus planes.
Con su ataque relámpago, el enemigo había llegado a la conclusión de que no tendría tiempo para planificar la defensa y que él no se pararía a comprobar todas las cajas. Garra Sangrienta se quedó sin habla.
Su estrategia había sido perfecta y todos habían pensado que habían tenido éxito cuando vieron la sorpresa en la cara de los guardias. No podía comprender como lo habían supuesto todo.
“Es el castigo divino.”
“Estamos siendo castigados por tratar de obtener alimentos sin pagar el tributo de la guerra.”
Caos. Disturbios. La horda estaba empezando a dividirse después de darse cuenta de que su misión era un completo fracaso. Todos estaban convencidos de que había llegado el fin, para ellos, sus familias y la tribu.
“¡Dejad de dudar!”
Las palabras de su líder sacaron a los bárbaros de su aturdimiento.
Respirando hondo, se calmó mientras evaluaba la situación. Había traído a sus hombres para salvar a su gente, culparse a sí mismo no cambiaría nada.
Incluso si no podían salir con su comida, todavía podían irse al abrigo de la noche. Nadie había descubierto su incursión.
Justo en ese momento, sonó una campana a lo lejos, presagiando momentos aciagos para los bárbaros. Con el sonido de la campana, se empezaron a oír nuevas señales de alarma en otros lugares de la ciudad. En unos instantes, toda la ciudad vibraba con el sonido de múltiples campanas.
Garra Sangrienta no pudo ocultar su nerviosismo. Había colocado hombres en los puestos de guardia específicamente para evitar esta situación, pero habían fallado. En poco tiempo, los soldados llegarían y sus hombres serían abrumados por sus números.
“Renunciad a la comida y comenzad a retiraros.” – ordenó frunciendo el ceño. Sus órdenes eran claras.
Mientras se preparaban para abandonar el almacén de alimentos, la nieve comenzó a caer con más fuerza. Por una vez, el líder bárbaro estaba extremadamente agradecido por la ventisca. Con tanta nieve, el enemigo no podría enviar sus tropas montadas y tendrían que perseguirlos a pie, si es que se atrevía a mandarlos.
Localizaron la dirección del puesto de guardia más vulnerable y se prepararon para escapar. Se iban al norte. No estaba lejos y Garra Sangrienta estaba seguro de que sería una ruta sin complicaciones. Lo primero era escapar y ya luego reflexionaría sobre el fracaso de la incursión.
Cuando se encontraban a mitad de distancia del puesto de guardia, repentinas explosiones sacudieron la superficie y la nieve voló en todas direcciones. Los bárbaros dudaron de seguir adelante.
“¿Qué está pasando?”
Cuando la nieve se calmó, Garra Sangrienta vio a una niña pequeña, con unos brazos y piernas delgados, delante de ellos. Parecía totalmente indiferente a que decenas de bárbaros la mirasen, mientras su pelo rubio claro, se mecía con el viento. En sus brazos descansaba una espada.
Su belleza hizo que se estremecieran.
“Eres… ¿Eres un enemigo?”
Como una reina de hielo, enarboló su espada y provocó que la atmósfera circundante comenzara a congelarse. Una intención asesina se desparramó por toda la zona.
“Correcto.”
Garra Sangrienta no necesitaba escuchar nada más. Sacó su arco y lanzó dos flechas hacia los ojos de Ajest. En respuesta, la nieve se levantó del suelo y formó un escudo que rodeaba todo su cuerpo.
Los bárbaros respondieron al disparo de su líder y sacaron sus armas y atacaron sin dudar. Un contingente de 90 hombres inundó la mirada de Ajest, pero en sus ojos, solo podían ver desprecio.
Golpeando el suelo con su espada, una formación de maná brotó de la tierra.
“[Palacio de Hielo]”
Enormes columnas de hielo se alzaron y rodearon a los bárbaros. Poco después, aparecieron paredes, un techo y estatuas, formando el palacio de hielo de Ajest. Como siempre, un trono se manifestó en el centro del palacio, reservado para la reina de hielo.
Sentándose en su asiento, miró a los insectos que llevaban el salón.
“Os recomiendo rendiros.” – dijo con calma.
Abrumador.
Solo con enfrentarla, pudieron sentir una abrumadora presión sobre sus cuerpos. Los bárbaros rugieron para sacudirse esa sensación. Como guerreros, siguieron el camino del arte de la guerra y su sangre hervía anticipándose a esta batalla.
“Como queráis.”
Como respuesta, Ajest movilizó su palacio de hielo e innumerables magias cayeron en el cambio de batallo. La temperatura cayó en picado y enfrió todo en un instante, incluida su ferocidad.
“¿Ah…?”
Alguien logró abrir la boca, pero sus palabras nunca llegaron a salir por su garganta. En cambio, sus expresiones desafiantes se transformaron primero en caras aturdidas y luego en rostros aterrados. Una lluvia de flechas de hielo cayó sobre ellos.
Al mismo tiempo, chuchillas transparentes salieron disparadas del suelo para desgarrar sus carnes y bolas de hielo se formaron con el maná de Ajest y salieron disparadas a su voluntad. La tormenta de hielo que originalmente había sido una bendición para ellos, ahora era su peor pesadilla.
Una bola de hielo comenzó a absorber la nieve circundante y terminó creando un gigantesco golem que barrió a todo el grupo. Fue una completa masacre.
Era un infierno helado. En los salones sagrados del Palacio de Hielo, solo la reina podía permanecer en pie. Desgarrando, aplastando y matando. Los hechizos ofensivos cumplieron su papel a la perfección.
Ajest miró a los bárbaros aplastados con indiferencia. Había asesinado a los guerreros que se encontraban dentro de su dominio. Más aún, este era un Mundo de las Sombras. Eran existencias imaginarias, así que no había ninguna razón para mostrarles misericordia.
De repente, se pudo escuchar el sonido de una grieta en el hielo. Ajest movió sus ojos hacia la dirección del sonido.
La flecha de Garra Sangrienta había volado en línea recta y se alojó en el núcleo del golem, haciendo que el golem soltase un fuerte grito cuando la formación creada con un hechizo del tercer círculo explotó. No era algo que se pudiera romper con simples ataques físicos.
Sin embargo, el misterio pronto se resolvió. La flecha de Talon estaba envuelta en un brillo rosado. Era una habilidad que solo los caballeros por encima del rango Torre, podían usar.
“¡Me encargaré de la magia! Que todos los guerreros se reúnan para aguantar”
El aura imbuida en la flecha mostraba una habilidad destructiva enorme. Todo indicaba que superaba la magia del tercer círculo, pero si mostraba una habilidad como esa tan tarde, indicaba que se estaba quedando sin fuerza. Aunque siempre existía la posibilidad de que fuera un arma oculta para su lucha final.
Ajest sacó la espada incrustada en el suelo haciendo que el suelo temblara. En un instante, sus ojos se posaron sobre Garra Sangrienta que, reconociendo su hostilidad, le devolvió la mirada.
En ese momento, levantó una flecha imbuida con su aura y disparó, pero ella la desvió con unos reflejos que excedían los límites humanos.
Una explosión masiva barrió toda la zona.