Arco 2 Capítulo 17
La posada y el caballero de la noche oscura
Traducido por Kasahara
Corregido por DaniR
Editado por Tars
Corregido por DaniR
Editado por Tars
“Myra, ¿quieres descansar un poco?”
“No, estoy bien...”
Había pasado una hora desde abandonaron la aldea, el cielo se aclaró un poco debido a la luz del amanecer. Atento a la conversación a sus espaldas, Kazura se dio la vuelta. Eran las voces de Lodurr y Mira, caminando junto a Tana. Myra charlaba enérgicamente en el momento en el que iniciaron la caminata, pero una hora después dejó de hablar poco a poco hasta quedarse callada, con la frente sudorosa y quedándose en silencio. Aunque dijese que estaba bien, su expresión era otra.
“¿Os parece bien que descansemos un poco aquí?”
Justo cuando Kazura iba a proponer tomarse un descanso, Valetta ordenó al grupo que parasen de caminar al comprobar el estado de Myra.
“Gracias, lo agradezco.”
“Lo siento, hermanita...”
Al ver que Myra tomaba pequeñas bocanadas de aire mientras se disculpaba por sentirse abatida, Valetta se puso en cuclillas para mirarla a los ojos y decirle con una sonrisa:
“No pasa nada, si te sientes cansada tienes que parar un rato, ¿vale?”
“Así es, a mí también se me han cansado los pies. Myra tiene más resistencia.”
Kazura, que cargaba un estante de madera sobre el hombro, dejó la carga sobre los pies de un árbol y comenzó a estirarse mientras sonreía a la niña entristecida. Los otros aldeanos también dejaron sus equipajes bajo la sombra del árbol.
“¡Gua, ja, ja, ja! El señor Kazura debería entrenar más su cuerpo.”
“Uu... Estoy muy cansado... Valetta, ¿puedes acercarme mi mochila?”
Kazura sonrió a Myra de nuevo, quien comenzó a reír al escuchar la conversación entre los adultos. Después agarró la mochila que Valetta le acercó y sacó una botella de bebida energética de su interior.
“Myra, ven aquí, te voy a dar algo de medicamento.”
“Sí.”
Myra acudió rápidamente a la llamada de Kazura, quien le ofreció una botella abierta de bebida. Aunque en los valores nutricionales impresos en uno de los laterales del envase se indicaba que no debía ser consumida por menores de quince años, Kazura decidió que si una niña de seis años tomaba uno o dos tragos, no pasaría nada.
“Bebe solo un trago. No será bueno si tomas demasiado, ¿de acuerdo?”
“Sí, lo entiendo.”
Myra, obedientemente, tomó un sorbo de la bebida. Todavía quedaba algo de contenido en el envase.
“¡Muchas gracias, señor Kazura!” – dijo la niña devolviéndole la botella.
Kazura palmoteó la cabeza de Myra y sonrió.
“No hay de qué.” – respondió mientras volvía a introducir la bebida en la mochila.
Después sacó una lata de dulces.
“Justo como siempre, la tapa es difícil de abrir... Muy bien, ya está. Myra, abre tu mano.”
Kazura abrió la tapa rígida de la lata mientras la niña esperaba con las manos abiertas, observando el misterioso envase. Entonces sacudió la lata. De repente, un peculiar sonido comenzó a oírse a la vez que una misteriosa lágrima de color naranja se derramó en el centro de la palma de la mano de la niña.
“Oh, ¿una naranja? Has tenido suerte de que no era de menta. Myra, intenta ponerlo en tu boca. Al principio está duro, no lo muerdas, ¿vale?”
“Sí.”
Obediente a lo que Kazura decía, Myra colocó el caramelo en su boca. La niña abrió sus ojos instantáneamente tras experimentar el nuevo sabor a naranja que jamás había probado. Expresando su felicidad, la niña comenzó a sonreír mientras daba saltos de alegría.
“¿Está bueno?”
“¡Sí! ¡Está súper bueno!”
“Eso está bien. Entonces te lo doy. Compártelo con los demás, ¿de acuerdo?”
“¡Sí!”
Myra aceptó la lata y se apresuró a compartir los caramelos con el resto de los aldeanos. La gente que recibió los dulces disfrutó su sabor.
“Este es muy dulce.”
“¿Ah sí? Pues el mío es frío y refrescante.”
Kazura estaba sentado en el suelo contemplando la escena. Después dirigió su mirada hacia el camino que ya habían recorrido. La travesía por la que Kazura había caminado se extendía infinitamente en línea recta hasta la aldea. No había nada más en el camino excepto los árboles plantados a propósito. La zona por donde pasaba la travesía tenía algunas rocas grandes y algunos árboles delgados, pero la mayoría del recorrido estaba vacío. Se podían ver algunas montañas muy a lo lejos, en el horizonte. El área entera podría calificarse como una pradera seca. Después miró hacia el camino que todavía quedaba por andar. Se veía exactamente igual.
“Señor Kazura, toma, bebe un poco de agua.”
Kazura estaba pensando sobre el camino que iba a andar y comenzó a preocuparse por si le saldrían ampollas en la planta de los pies. Entonces, Valetta agarró una cantimplora de cuero con agua. La garrafa tenía un tapón de corcho bastante grande.
“Gracias. Eh... ¿Seguiremos andando hasta que se haga de noche?”
“No, acamparemos antes del anochecer. De todas maneras, un poquito más lejos, hay una posada que el señor Narson mandó a construir. Podríamos llegar hasta allí antes de que termine el día.”
Al oír a la chica decir la palabra ‘posada’, Kazura dejó escapar un sonido involuntario “¡Oh!”. Ya había asimilado que iba a dormir en la intemperie. Que Narson hubiese construido un hostal entre Grisea e Isteria decía mucho sobre él. Parecía que, acumulando este tipo de actos desconsiderados, se había ganado el respeto de la gente como el de los aldeanos de Grisea.
“Así que, aunque sea difícil para Myra, deberá ser perseverante y seguir andando. Por supuesto, tú también debes serlo.” – dijo Valetta, riendo involuntariamente.
“Haré lo que pueda...” – respondió Kazura mientras acariciaba con cuidado sus pies embutidos en las sandalias de paja tejida.
* * *
Habían pasado diez horas. El sol, que furiosamente había tomado su trono en lo más alto del cielo, comenzó a abdicar. A Kazura le preocupaba el tiempo que quedaba para empezar con los preparativos para acampar. Pero entonces, la posada, que había sido construida con madera, comenzó a vislumbrarse. Cerca de ésta había un bosque extendiéndose por todas partes, mientras el camino continuaba justo en la mitad.
“Ah, señor Kazura. ¡Ya puedo ver la posada!”
“¿De verdad?.... Estoy a salvo...”
Después de caminar durante diez horas, que parecían haber sido muchas más, y habiendo utilizado un calzado desconocido para él, a Kazura solo le había salido una ampolla en el pie izquierdo. A pesar de que se había envuelto el pie con una venda para aliviar la presión al caminar, francamente, le seguía doliendo. De todos modos, incluso la niña de seis años siguió caminando sin rechistar, ¿cómo iba a parar de andar un hombre de veinticinco años como él por una simple ampolla? Así que, solo contestó con un “estoy bien” a sus acompañantes, con una sonrisa en la cara, apretando los dientes y continuando con la marcha.
En la ruta habían tomado descansos de cinco minutos a cada hora que pasaba. También pararon durante media hora para comer. Pero Kazura era el único con una ampolla en el pie. Myra estaba algo cansada después de andar durante tanto tiempo, pero seguía con energía para charlar con los demás aldeanos, quizá porque había tomado algo de bebida energética.
Kazura también se bebió una botella de bebida durante el camino, pero no sintió ese milagroso efecto reconstituyente que se podía apreciar en los demás individuos de ese mundo. Nada parecía cambiar a cuando tomaba ese refresco en Japón.
Kazura se esforzó hasta llegar al albergue. Después de abrir la puerta y confirmar que era seguro, dos aldeanos se quedaron delante de la puerta para hacer guardia mientras el resto del grupo entraba. La posada medía unos diez tatamis, equivalente a una habitación de apartamento, había ventanas en las cuatro paredes y en el centro de la habitación se encontraba un hogar hundido en el suelo.
No había nada que se pudiese utilizar para hacer fuego dentro de la posada, así que sacaron la leña que habían traído y Kazura prendió una ramita con su encendedor antes de lanzarla para encender el fuego del hogar.
“Ouch.... Auuu... Parece que la ampolla ha reventado...”
Tras encender el fuego, Kazura se sentó frente a él. Después se quitó el vendaje para examinar sus pies. La ampolla bajo su pie izquierdo se había desgarrado y rezumaba sangre, tiñendo las vendas de rojo.
“Señor Kazura, ¿estás bien?”
Kazura desinfectó la herida abierta con una solución de peróxido de hidrógeno, mientras Valetta, preocupada, dejó el equipaje y se sentó a su lado.
“Aaah, estoy bien. Podré caminar de nuevo una vez desinfecte y envuelva esto con una venda.”
“¿De verdad? Pero por favor, no hace falta que te sobre esfuerces, mañana puedo cargar yo con la leña.”
“Ah, no. Estoy bien. Yo me encargo de la madera.”
Lodurr y los demás se quedaron maravillados al contemplar cómo Valetta tenía una conversación casual con Kazura, pero desde que habían comenzado a hablar, ella no notó nada extraño.
Después de que cada uno tomase su cena (una ración de arroz enlatada que Kazura había traído), tomaron un descanso haciendo turnos de guardia.
* * *
Más tarde, aquella noche…
“Señor Kazura, señor Kazura.”
Alguien zarandeaba el cuerpo de Kazura mientras una vocecita le llamaba. Entonces abrió los ojos. Cuando despertó, pudo ver a Tana en cuclillas cerca de su cabeza. Parecía que había llegado su turno para hacer guardia. Se levantó y se abrigó con la capa que había usado como manta, frotándose los ojos, adormilado.
“Buenos días, señora Tana.”
“Buenos días. Um... ¿Te encuentras bien? Tener que hacer guardias nocturnas también, tiene que ser...” – dijo Tana, con expresión de disculpa.
Antes de retirarse, discutieron el orden de las guardias. Kazura dijo que quería tomar parte de los turnos, pero todo el mundo contestó.
“¡Es indignante que el señor Kazura tenga que participar en las guardias nocturnas!”
Y así le riñeron. Pero se sentía mal por quedarse durmiendo mientras los demás hacían turnos, así que se mantuvo en su postura para asegurarse una guardia. De todas maneras, medían el tiempo con el movimiento de las estrellas.
“Deja que lo haga, si me tratáis de forma especial me voy a sentir mal.”
“Ah... Entonces, perdona, gracias por ofrecerte.” – contestó Tana con tono de disculpa, mientras entregaba la lanza a Kazura.
Kazura recordó que debía llevar un arma para hacer la guardia, así que le ofrecieron una lanza corta. Sintió que estaba pesada en sus manos. Aunque pesara, Kazura podía llevarla. Si solo tenía que golpear, podía hacerlo.
“Entonces, me toca vigilar. Tana, descansa bien.”
“Sí. Mi marido también está en su turno así que, si necesitas alguna cosa, díselo a él.”
Vistiendo el manto y empuñando la lanza corta en su mano, Kazura salió de la posada.
* * *
Al salir del refugio, justo en la esquina derecha a muy poca distancia de la puerta, se encontró con Lodurr, apoyado en la pared. En su costado llevaba una lanza y un carcaj, mientras sostenía en sus manos un arco y una flecha.
“Buenos días, señor Kazura. ¿Qué tal está tu pie?”
“Buenos días. Desde que me he dado un ungüento y lo he envuelto en una venda, está mucho mejor.” – contestó Kazura enseñándole el vendaje a Lodurr, quien se encargaba de vigilar la parte trasera del albergue, frente a su posición. Al pararse en el lado opuesto de la esquina de la posada podían observar el camino en dirección a Grisea e Isteria.
Kazura y Lodurr conversaron durante un rato. De repente, Lodurr se quedó en silencio, fijando su mirada en el bosque. Viendo que el hombre dejó de hablar, Kazura se preguntó qué era lo que había visto, pero lo único que él podía apreciar era un bosque oscuro.
“Parece que hemos encontrado un almar aquí, Kazura, ¿debería cazarlo?” – preguntó el aldeano mientras colocaba una flecha en su arco.
Kazura no tenía ni idea de lo que hablaba el hombre. ¿Qué tipo de bestia era esa?
“Ah, claro.” – contestó.
Con el permiso de Kazura, Lodurr lanzó la flecha. La oscuridad del bosque se la tragó, y después, inmediatamente, se escuchó el rugido moribundo de un animal desconocido. Lodurr salió disparado hacia los árboles. Después de un rato, volvió cargando un animal enorme parecido a un conejo. El animal estaba cubierto totalmente por pelo negro. Su ojo había sido perforado por la flecha del cazador, parecía que había muerto al instante.
“Uwaah, nunca hubiera dicho que aquí había almares. Esto lo podremos vender por una buena cantidad de dinero. Señor Kazura, muchísimas gracias.”
Kazura estaba alucinando con la vista de Lodurr, mientras éste, muy satisfecho con el almar que tenía en las manos, mostró su gratitud a su compañero haciendo una reverencia.
“¿Qué? No hay de qué...”
Kazura no entendía por qué Lodurr le daba las gracias, así que de momento, respondió así. Lodurr fue hacia adentro inmediatamente para despertar a Tana con suavidad. Su mujer, recién despertada, se sorprendió cuando vio la presa. Después, con mucha habilidad, drenaron la sangre entre los dos y despellejaron al animal en el centro del hogar. Justo así, separaron la piel de la carne. Mientras tanto, Kazura también entró en la posada justo cuando la pareja estaba drenando la sangre. Pero como el turno de vigilancia todavía no había terminado, después de preparar la presa, Lodurr volvió a su puesto de guardia para compartir anécdotas sobre las pieles y la carne de almar hasta que su turno finalizase.
A la mañana siguiente, los demás, que estaban durmiendo y no sabían nada sobre el incidente nocturno, se llenaron de alegría con el yakiniku de carne de almar y mostraron su gratitud hacia Kazura, que seguía desconcertado al no comprender por qué le daban las gracias a él.